jueves, 7 de marzo de 2013

Bosques de la Mente 3:5


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Bosques de la Mente (Parte 3 de 5)

III


La música era verde y vívida, y recordaba tanto a las plantas que yo mismo me sentí como una, llena de hojas marrones y sedientas de sol. La música saltó a la luz, se encaramó a ella como la vid, buscando el calor del mediodía y la humedad. Entonces, desde aquella altura, la música descendió un par de tonos de la misma forma que una hoja caería al suelo, balanceándose desde lo más alto hasta el suelo del bosque.

Es bien sabido que el Amazonas es la fuente para muchos y variados medicamentos que curan enfermedades del cuerpo, pero igualmente curan las de la mente. Y no, enfatizaría yo, es la fuente de esa suerte de extracción química que luego se convertirá en pastillas, sino de la cura verdadera, resultante de la conjunción de medicina, cánticos y el bosque. En una palabra, la vida. Esto es lo que se puede encontrar en los bosques de Gran Bretaña, Australia, América o cualquier otro lugar: allá donde hay bosques hay vida. ¿Y el papel del chaman? Se puede encontrar fácilmente, allí donde hay músicos, artistas, poetas y escritores buscando la sabiduría en los árboles; intentado escuchar los cánticos de la tierra.

Que los bosques son los pulmones del mundo ya lo sabemos. Que el mundo necesita a los bosques para respirar, también. Pero los bosques son también fuentes para el alma, como descubrí cuando la mía estaba tan perdida. Las palabras ’espíritu’ y ‘respirar’ están relacionada en muchos idiomas: anima, en latín, significa las dos cosas; psyche, en griego, también. Mi profundo sentimiento de pérdida del alma, de sentirme peligrosamente des-animado, se curó por la animación y el espíritu del bosque.

Los bosques son lugares de transformación, de cambio. En los bosques el espíritu puede estirarse y cambiar, puede moverse como un sauce en primavera. El tono de un día puede cambiar por completo si das un paseo por una arboleda, incluso en el centro de la ciudad. Los arboles pueden absorber el mal humor y calmar los dolores de cabeza. Nos cambian. En los bosques, puedes perderte en tus pensamientos, perderte a voluntad, perderte creativamente, lo que te permite introducirte en la mente del bosque, donde el viento que sopla puede transportarte a algún lugar largamente buscado y aún no encontrado. Un niño podría ir a los bosques a soñar que es otra persona, para que ese cambio quede fuera de los ojos de los adultos. En los salvajes sueños de la infancia, los niños pueden jugar a juegos de disfraces que comiencen ‘vamos a imaginar’ y si los niños no pueden imaginar, entonces están condenados a la realidad.

Aromatizados con la historia, como pasa con el ajo silvestre, los bosques pueden ser un punto de comienzo, la pausa en el umbral antes del viaje, y entonces las arboledas contarían una historia interminable. Un niño, apoyándose en un árbol, puede escuchar a un mirlo, ver un conejo, un zorro o – si son afortunados – un tejón. En el bosque es un niño. Pero dentro del niño, el niño siempre será el bosque. Llénate los pulmones profundamente de bosque de pequeño y los pájaros seguirán cantando setenta años después.

FIN DE LA PARTE  III

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