lunes, 4 de marzo de 2013

BOSQUES DE LA MENTE 1:5

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Como parte de la nueva cara de HIMNOS N A C I O N A L E S, voy a hacer entrega, de uno de los cuentos que compone el The Universal Sigh, el periódico que acompaña la edición especial del ultimo disco de Radiohead, The King Of Limbs, una obra de arte que aun no es valorada como tal (el disco básicamente es una opera rock dedicada a los arboles, la obra de arte es todo el conjunto, el disco como tal, no es la mejor producción de la banda, de este disco, hablaremos mas adelante), este "periódico" fue regalado en las principales ciudades del mundo y gracias a Ganesh, la providencia y demás hippies que componen las deidades humanas, tenemos una versión en español de donde extraje este cuento, espero... les sea de su agrado.

Bosques de la Mente   (Parte 1 de 5)

I

‘Si.’

Recuerdo decir esa palabra como si mi vida dependiera de ello, y quién sabe si fue así en realidad.

Ni siquiera lo dije en voz alta. Lo hice con los ojos cerrados, como alguien que pidiera ayuda, o un niño que pide un deseo, o un cantante que cierra los ojos en la nota más importante de la canción.

Era un sí sentido, pero susurrado porque el susurro era lo único que podía articular. Es el susurro lo que normalmente da comienzo a la historia. Silencio. El ruido del tráfico se desvanece. Los anuncios de la estación dejan de sonar. Los trenes se quedan quietos. Quietos. Quietos como la pausa que haces mientras buscas la palabra exacta. Zurrumurru – susurro en vasco. Silencio. Sal de la estación, introdúcete en el bosque. Cruza la frontera y la historia comenzara. Solo di sí.

Mi historia comenzó cuando llevaba meses sufriendo depresión. Mucha gente conoce ese lugar sin vida, en el que cada camino que miras parece cerrado a ti: el No está escrito en todos sitios, en todos los caminos.

Estaba perdido en aquel vacío inhóspito, hueco, obsesionada con pensamientos suicidas, toda mi vitalidad había desaparecido. Entonces, un día, dentro de este abismo inerte, alguien me lanzó una cuerda, un salvavidas.



Un antropólogo que conocía mi problema me llamó y me invitó a acompañarle al Amazonas peruano para visitar a chamanes que trabajaban con increíbles medicinas para la mente sacadas de los bosques.
Tuve que aceptar el viaje y la historia, porque a veces el árbol de la vida puede ser algo literal.

Desde Lima cogimos un aeroplano, luego un coche, y finalmente un peque: una pequeña canoa motorizada que suben y bajan los ríos que llegan al Amazonas. Desde el rio, llegamos a pie al poblado de los chamanes, a través del bosque, que te pica, te muerde y te golpea con sus hojas suaves como orejas de gato. La corteza de un árbol olía a nuez moscada, el aire estaba preñado de olores, desde las flores con aroma a miel al picante olor de la savia y el amargo olor de un fétido charco de verdín. Casi podía oler la luz del sol. Las hojas de palma vibraban en el húmedo y caliente aire, y el bosque entero estaba henchido de vida.

Cuando se hizo de noche, nos metimos en la cabaña de los chamanes; y la larga noche de la mente comenzó. La medicina que me dieron sabía a cicuta y estrellas, tan amarga como la primera, tan brillante como las segundas. Las cigarras y el zumbido de las aves nocturnas llenaban la noche de sonidos y todo el bosque parecía aparearse, ronronear, crujir, esconderse y vigilar.

Estaba rodeado de la calidez y el aliento del bosque, verde y vital, y era como si estuviera bebiendo algo de su esencia, su espíritu, su alma – y lo necesitaba tan desesperadamente porque había perdido la mía.

Antes de haber visitado a los chamanes, nunca habría utilizado la expresión “pérdida de alma,” pero eso era exactamente lo que sentía, mi infeliz mente, perdida y solitaria.

FIN DE PARTE I

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